LA MADONNA PERDIDA DE JUAN DE MESA

Jesús Andrés Aponte Pareja


 

 

 

La población colombiana de Villa de Leyva guarda entre sus bienes artísticos una Virgen con el Niño, advocada del Rosario, de claro origen hispalense y fechable en el primer cuarto del siglo XVII (1). Soberbia y magnifica escultura, de extraña iconografía para su época, que por la calidad de su talla, composición, características formales y grafismos, bien podría ser atribuida al escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco o a su círculo más inmediato. La escultura, se localiza entronizada como titular en el retablo mayor de la iglesia parroquial. Templo dominico comenzado a construir en el año 1608 (2).

La efigie se encuentra de pie, apoyando el peso del cuerpo en la pierna izquierda, la cual desaparece detrás de la túnica dejando ver la punta de la zapatilla, mientras que la derecha viene flexionada en descanso. Sostiene al Niño con la mano izquierda, a la altura del busto, prolongando el brazo derecho hacia el frente con la mano, en actitud de sostener el rosario en un ademán muy mesino.

La Madonna del Rosario cubre su cabeza con toca y parte del manto, lo que le confiere un aspecto un tanto arcaizante, en marcado contraste con el ampuloso y barroquista resto del vestuario, de exquisito, minucioso y dinámico plegado de gran complejidad, lo que nos remite a las formulas escultóricas de un artista de primera fila que, como dijimos, bien podría ser Juan de Mesa, imaginero considerado como el introductor del barroco en la escuela sevillana de escultura; de hecho, el tema iconográfico de esta advocación no le es extraño a Mesa, quien, en el año 1619, se comprometió con el capitán Andrés Marín y el fraile dominico Jorge de Acosta, a realizar unas imágenes de la virgen del Rosario con un Niño que se pudiese quitar y un San Nicolás de Tolentino, esculturas en madera de bulto redondo y de vara y media de alto con destino a las Indias, las cuales debía entregar dos meses y medio después a partir de la fecha de contratación (3). Tiempo este bastante corto para el encargo, por lo que muy seguramente Mesa tuvo que echar mano de su taller.

 

 

Por documentos fehacientes, sabemos que el dominico Jorge de Acosta pasa el 22 de Abril de 1591 a la entonces Capitanía General de Venezuela (4). Esto y el hecho de que el San Nicolás de Tolentino se encuentre en la venezolana ciudad de Mérida, dan pie a pensar que la virgen en cuestión pudo haber tenido como destino esas mismas tierras. Al respecto, el ilustre historiador Enrique Marco Dorta, gran conocedor y difusor del arte hispanoamericano, en uno de sus viajes por Venezuela, pudo observar en la Catedral de la ciudad de la Asunción, de Isla Margarita, una Virgen del Rosario que relacionó con la plástica de Juan de Mesa (5). Imagen ésta que en líneas generales bebe de los lineamientos artísticos del Cordobés, pero que en mi opinión carece de la magnificencia, rasgos y grafismos presentes en sus ejecuciones. Conviene señalar que la escultura margariteña fue sometida en los años 50 de la pasada centuria a una pesada intervención de restauración, que terminó por cubrirla con una empalagosa policromía que bien pudo haber desvirtuado su estética original.

Pero aunque esto fuese cierto y la imagen resultase de paternidad mesina, no podría ser relacionada con la que nuestro escultor esculpió en el año 1619, visto que su dimensión de 95 cm es muy inferior a la estipulada, y esto incluyendo una peana con cabezas de querubines que tampoco figura reflejada en el contrato. En cambio, la imagen leyvana, a pesar de ser una escultura sin historia, posee en sus características formales algunas coincidencias que nos invitan a hacer hipótesis y reflexionar en torno a su posible relación con la Madonna perdida y a otras tallas de Juan de Mesa.

Por ejemplo, su dimensión de 130 cm, el acusado contrapposto, la forma de colocar los pies, flexionar la pierna derecha y los pliegues que ésta genera sobre el manto, la relacionan con el San Nicolás de Tolentino del Museo de Mérida. La composición del manto, al cruzar en diagonal de derecha a izquierda por delante del cuerpo, y los pliegues que se forman en su caída, así como aquellos presentes en la manga derecha, longitudinales al brazo, y el gesto de la mano al sostener el rosario, acercan esta escultura al San Pedro Apóstol, remitido por Juan de Mesa a Pamplona (Colombia), imagen por él realizada, al igual que la Virgen del Rosario perdida, en el referido año de 1619.

La mano derecha de la Virgen, con la cual sostiene al Niño envuelto en un paño, es de gran naturalismo. El Infante se encuentra pegado a la Virgen. Las restauradoras que intervinieron las imágenes, al no haberlas sometido a una revisión con rayos x, no pueden afirmar si fue tallado en bloque o adherido con algún aditivo; y si bien el contrato estipulaba un niño de “quita y pon”, este es un pequeño detalle que pudo haber cambiado el escultor en el transcurso de las ejecuciones, tras pacto verbal con los comitentes. El Niño, de tierna edad, es de fisonomía un poco hercúlea, esto y sus cabellos policromados de dorado, hacen eco de fórmulas más bien manieristas, pero conservando un gubiado en su cabellera, en forma de bucles, en composición propia de la escuela montañesina. Apariencia ésta la del Niño que no debería sorprender, visto que nuestro escultor, en más de una ocasión, supo alternar su ímpetu barroco con elementos extraídos de su formación clásica.

 

 

 

A todo esto debemos abonar el hecho de que el capitán Andrés Marín, uno de los comitentes y el encargado de transportar las tallas hasta el Nuevo Mundo, quien además venía comandando un filibote de esclavos en la flota de tierra firme, tenía como destino final el puerto de Cartagena de Indias (6). Puerto, por lo demás, localizado en el Reino de la Nueva Granada (actual Colombia y parte de la antigua Venezuela).

No obstante, y a pesar de todo lo dicho, es muy probable que la efigie de la Virgen del Rosario que Mesa esculpiera se encuentre aún, si es que sobrevivió al tiempo, a los desastres naturales o a la incuria de la gente, en algún lugar de Venezuela, desapercibida detrás de una extravagante policromía, indumentarias de tela o escondida en alguna sacristía o casa cural, en espera de ser descubierta. Mientras tanto, la Patrona de la población colombiana, bien haya sido tallada por Mesa o por algún seguidor suyo, resta por el momento como una muestra más de la gran influencia del insigne y carismático escultor cordobés en esta parte del continente.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

(1) Martelena Barrera Parra, Milagro en Villa de Leyva, Credencial (Bogotá), nº 219, febrero de 2005, p. 54-59.

(2) Alberto, E. y Ariza, S., Los Dominicos y la Villa de Leyva, Bogotá, p. 30.

(3) Celestino López Martínez, Retablos y Esculturas de traza sevillana, Notas para la Historia del Arte, Sevilla, Rodríguez, Giménez y Cía., 1928, pp. 63-64; Jaime Passolas Jáuregui, Vida y Obra del Escultor Juan de Mesa, Editorial Jirones de Azul, Sevilla España, p. 134.

(4) Alberto, E. y Ariza S., Misioneros dominicos de España en América y Filipinas en el siglo XVI, 1971, p. 80.

(5) Enrique Marco Dorta, "Esculturas Sevillanas en Colombia y Venezuela", en Archivo Español de Arte, nº 206, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, 1979, p. 174.

(6) www.lahornacina.com/articulosmesa4.htm y www.lahornacina.com/articulosmesa5.htm

 

 

 

Fotografía de Isla Margarita de Alquímedes González

 

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