UNA OBRA INÉDITA DE FRANCISCO CAMACHO MENDOZA EN CÁDIZ

José Jácome González y Jesús Antón Portillo


 

 

Gracias a la labor de análisis previo llevada a efecto por el escultor e imaginero portuense Ángel Pantoja Carrasco, hemos tenido la oportunidad de conocer una nueva obra del insigne arquitecto de obras sagradas y escultor de la primera mitad del siglo XVIII jerezano, Francisco Camacho Mendoza, que contó con fama inusitada desde el mismo momento de su fallecimiento, al ser recordado como figura digna de gran reconocimiento y elogio, tal es así que aún no se ha desterrado la manida pugna de atribuir muchas de sus obras a la escultora por antonomasia del Barroco español, Luisa Ignacia Roldán, La Roldana.

Se trata de la talla de San Joaquín, procedente del retablo del lado del Evangelio, existente en el crucero de la Iglesia Conventual de Santo Domingo, de Cádiz, que ya los hermanos Juan y Alonso de la Sierra Fernández fechaban a mediados del siglo XVIII. El hallazgo surgió de la comprobación de lo inscrito en la tablazón situada debajo de la peana del santo, en la que figura el siguiente texto: "MENDOZA, ME FASYEVAT, XRES, AÑO, 1736". Es decir, pese a lo evidente de la leyenda, lo traducimos: MENDOZA, ME HIZO, XEREZ, AÑO 1736.

En pocas ocasiones se tiene la oportunidad de comprobar la existencia de una firma tan contundente en sus formas, a falta de la documentación, que avale estos descubrimientos. Este hecho marca un nuevo punto de inflexión por cuanto son pocas las imágenes documentadas, que se conservan de este artista, y a su vez, se vuelven a abrir nuevas posibilidades de identificación o atribución de nuevas obras.

El célebre historiador Hipólito Sancho había apuntado la intervención de Francisco Camacho Mendoza en otro convento gaditano, el del Carmen, concretamente realizando la Virgen de Portacoeli. Posteriormente, se ha declinado por la historiografía reciente, manteniendo que posiblemente Camacho se encargara de una restauración de la titular del monasterio, Nuestra Señora del Carmen, obra de Jacinto Pimentel (fechada en el año 1638), colocándole ojos de cristal y tallándole nuevas manos.

 

 

Retomando la cuestión de nuestro artículo, a San Joaquín se le representa sedente sobre una roca y apoyado sobre un tronco de árbol emergente de unas rocas y plantas, de gran realismo tanto en su policromía como en su dorado. Su actitud es la propia de estar meditando, con la mano izquierda sosteniendo levemente la cabeza, apuntando el dedo índice la frente mientras que, con la mano derecha, se remanga los pliegues de la túnica ricamente dorada y estofada, al igual que su calzado abotinado y bellamente ornamentado. Destaca en su vestido las mangas con vueltas tratadas con corladuras refulgentes en los puños, así como los bordes, que circundan el traje en su parte inferior y cuello con flecos a modo de pelo de animal, quedando ceñido a la cintura con un estrecho fajín.

Destaca también la calidad artística en el tallado del rostro, con nariz de caballete recto, cejas muy afinadas, ojos almendrados, así como el característico surco bajo la nariz con el nacimiento del bigote, dejando el autor un leve surco central. El cabello, apenas abocetado, aparece más trabajado en la barba que, a pesar de ser bífida, muestra la típica labor propia de este artista del movimiento ondulante de pelo, que se comprueba en otras imágenes documentadas. En cuanto a las manos, dan cuenta de una gran naturalidad en su tratamiento y acabado, pese la existencia de repintes y anteriores intervenciones, nada ortodoxas.

La policromía bien pudiera ser obra de los doradores Bernardo de Valdés o Antonio de las Molas y Escuda, que estrechamente colaboraron con Francisco Camacho, ya que, en principio, descartamos la intervención del hijo de Camacho, Bartolomé Diego Camacho Mendoza, de oficio dorador y pintor, a la vista de sus trabajos conocidos (de menor entidad artística que éste que nos ocupa) y quizás también por la temprana fecha de ejecución de esta talla, aunque ante la falta de documentación no descartaríamos la intervención del citado hijo del artista.

Precisamente, Antonio de las Molas y Escuda había dorado y policromado el retablo de las Ánimas de la parroquia jerezana de San Lucas entre los años 1729 y 1730, el cual había sido realizado por Francisco Camacho en 1725, con el compromiso de concluirlo al año siguiente. Por su parte, Bernardo de Valdés policromó el San José de la Parroquia de la O, de Rota (Cádiz), obra documentada de Francisco Camacho, y cuya policromía se finalizó en el año 1736. Precisamente, por la semejanza en el tratamiento de este trabajo con el de la efigie que estudiamos, atribuimos a su mano la policromía y estofado de esta talla de San Joaquín.

Francisco Camacho Mendoza se había formado desde temprana edad en el taller del ensamblador Francisco Antonio de Soto, artista prolífico en su época (finales del siglo XVII), pero del que desgraciadamente pocas obras han llegado a nuestros días, pese a haber sido el representante e iniciador en Jerez de la Frontera de una estética barroca singular cuya ascendencia es hispalense.

 

Nota de La Hornacina: Artículo publicado, con ligeras modificaciones, en Diario de Jerez, 24-07-11.

 

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