EL PRESBITERIO COMO ESPACIO LITÚRGICO Y ARTÍSTICO

Martín Sánchez Franco


 

 
 
Presbiterio y altar mayor de la Parroquia de la Estrella
(Chucena-Huelva). Principios del siglo XX.

 

Introducción. El concepto de altar

Inicialmente pretendíamos con este artículo tratar sobre los cambios que en los presbiterios han supuesto la aplicación del Novus Ordo Misae, correspondiente a la Constitución Apostólica Missale Romanum, promulgada por Pablo VI el 3 de abril del año 1969. Ya años antes se había iniciado la costumbre de que la Misa se celebrara de cara al pueblo y en lenguas vernáculas, que, mediante traducciones aprobadas, sustituían, al menos parcialmente, al latín tradicional, como veremos más adelante.

Anteriormente no se había concebido o no se había generalizado la idea de que los altares pudieran estar separados de los muros de los templos o de los retablos que, para mayor belleza, los recubren. Ello hacía que la Misa se celebrara de espaldas al pueblo, probablemente sin otro motivo que la necesidad de hacerlo así por el concepto que se tenía de altar. De manera muy excepcional y fuera de los templos, por tanto en lugares donde no había altares, se podía celebrar misas coram populo, delante del pueblo.

De hecho, con la Misa celebrada de cara al pueblo ha cambiado el concepto de altar: se ha reducido su imagen de superficie pétrea en lugar más elevado y distante, vinculado al concepto de sacrificio en el monte del Señor, referido más específicamente al altar del presbiterio (altar mayor); se ha incrementado la imagen de mesa que todos compartimos. Con sentido más popular, en nuestros templos tenemos "altares de devoción" (de Cristo, de la Virgen o de algún santo -los antiguos altares-), adosados al muro o al retablo, en el que se colocan la cruz y velas y flores, en los que ya no se celebran misas, y la "mesa de altar", en la que se celebran.

 

 
 
Roncesvalles. Detalle del presbiterio.

 

La misa tradicional y la establecida por Pablo VI

El ritual de la Misa tradicional, anterior a la establecida por Pablo VI, fue aprobado por San Pío V (1566-1572), el día 13 de julio del año 1570. Podemos entender que en el siglo XVI sólo se recogieron elementos tradicionales que tuvieron diez siglos antes otro organizador tan relevante en la Historia de la Iglesia como San Gregorio Magno (590-604) y que éste, a su vez, recogió de la misma tradición apostólica de Roma. También han pervivido, con la aprobación de la Iglesia, ritos locales o particulares como:

 

• rito ambrosiano

• rito mozárabe

• rito bracarense

• rito carmelita

• rito cartujo

• rito dominicano

 

Para motivar la atención del pueblo en la Misa y, sobre todo, para manifestarle su participación en ella, el sacerdote se volvía varias veces hacia él con un saludo: "Dominus vobiscum" ("El Señor esté con vosotros"), a lo que los acólitos, los monaguillos o el sacristán respondían "Et cum spiritu tuo" ("Y con tu espíritu"). La Misa, como sabemos, en el ámbito occidental se celebraba en latín, sustituyéndose éste por el griego, que dominaba en el oriental de la misma Iglesia Católica, sólo en la petición de piedad a Dios (Kirie, eleison).

El ritual de San Pío V, que tuvo sus últimas modificaciones en 1955, por Pío XII, y en 1962, por Juan XXIII, no, por ello, ha sido abolido, como nos recuerda Benedicto XVI con su Motu Proprio Summorum Pontificum de 7 de julio de 2007, aunque sólo se utiliza de manera muy minoritaria, destacándose la asociación Una Voce. Tampoco han sido abolidos los otros ritos tradicionales también minoritarios.

Podemos reflexionar sobre los motivos que tuviera la Iglesia para mantener la Misa, como los rituales de todos los demás sacramentos y de otros actos de culto, en latín. Pero antes y principalmente vamos a referirnos a los hechos, que son los que tienen influencia directa sobre el espacio litúrgico y artístico.

Pío V, al promulgar su Bula Quo Primum Tempore de la fecha citada, seguía las instrucciones del Concilio de Trento (1545-1563), que, en su sesión XXII (17 de septiembre del año 1962) estableció la doctrina católica respecto al Santísimo Sacrificio de la Misa. De la misma manera, Pablo VI siguió las directrices del Concilio Vaticano II (1962-1965) que estableció la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, promulgada el 4 de diciembre de 1963 y que entró en vigor el 16 de febrero de 1964, aunque el Novus Ordo Misae actual tuvo su inicio en el primer domingo de Adviento de 1969.

Los cambios litúrgicos nos vienen, como ya hemos adelantado, no sólo desde 1969, sino desde los años centrales de la década de 1960, utilizándose traducciones de la Misa en latín autorizadas por la Conferencia Episcopal, que fue establecida de acuerdo al Decreto conciliar Chistus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos, de 28 de octubre de 1965, y al Motu Proprio Ecclesiae Sanctae (6 de agosto de 1966) de Pablo VI.

 

 
 
Presbiterio del Monasterio de la Rábida
(Palos-Huelva). Principios del siglo XX.

 

Cambios en los espacios litúrgicos, principalmente en el presbiterio. Multiespacialidad de la Misa de San Pío V. Monoespacialidad actual

Los cambios litúrgicos han significado también cambios espaciales, principalmente en el del presbiterio, que es el motivo inicial de este artículo. También han significado indirectamente, cambios en los demás altares de los templos, en los que antes se decían misas con frecuencia, siendo incluso habitual que las misas diarias, de los días no festivos, se dijeran en el altar del Sagrario.

Me parece que el abandono litúrgico de los altares laterales les ha supuesto cierto abandono en su cuidado. Hay que tener en cuenta no ya sólo la centralidad litúrgica de la mesa de altar en la que se celebra la Misa de cara al pueblo, que, por razones espaciales ha de ser sólo la del presbiterio, sino también la menor centralidad de los santos en el actual calendario litúrgico que, con mayor sentido pastoral, se organiza desde las vivencias propias del año litúrgico, con los misterios principales de nuestra fe como ejes, y desde el objetivo del mayor conocimiento bíblico.

Con la menor centralidad litúrgica de los santos y con los cambios de la mentalidad y de las costumbres populares, es muy probable que la actualidad haya menos personas que antes con voluntad (con promesa o sin necesidad de haberlo prometido al santo en petición de algún favor) para el cuidado de los altares laterales.

Con una Misa celebrada en lengua no entendida por el pueblo y de espaldas al mismo, adquiría un gran sentido el retablo. El pueblo, que se limitaba a estar en un respetuoso silencio y a ser consciente de los momentos fundamentales de la Misa, también podía observar, con respetuosa veneración, los elementos artísticos del templo, en especial del retablo mayor, bajo el que se celebraba la Misa a la que asistía. En la actualidad, por el contrario, podríamos considerar que el retablo es un medio de distracción impropio de una buena participación en la Misa. Con todo, podemos verlo como un medio de piedad, ya que también puede ser positivo para la atención el hecho de dirigir a él una mirada reverente en algunas ocasiones.

 

 
 
Cartuja de Granada.
Presbiterio y coro de los monjes.

 

Teatralidad de la Misa tradicional para su mejor seguimiento por el pueblo

Cuando decimos "teatralidad" no ponemos en este término ningún sentido peyorativo, sino, por el contrario, el mayor de los respetos. Sólo queremos decir que para que el pueblo pudiera seguir los momentos de la Misa, éstos tenían una mayor y adecuada separación de espacios. La teatralidad no es un concepto vinculado al de superficialidad, sino, por el contrario, una metodología digna para la catequesis.

Se nos presenta el altar de una manera determinada: por su ubicación al fondo del presbiterio, adosada al muro o al retablo; por la mayor altura de su base, sobre una plataforma elevada sobre el resto del presbiterio, estando éste también elevado, con varios escalones, sobre el nivel del resto del templo. Claramente se sitúa al altar mayor de los templos como en un montículo apartado.

En los montes se vivencia más fácilmente la presencia de Dios, en ellos surge más espontáneamente la oración. Abraham llevó a su hijo para el sacrificio a un monte apartado de su ámbito geográfico cotidiano:

 

"Le dijo (Dios a Abraham tentándolo): "Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga." (Génesis 22, 2)

 

También Moisés fue llamado por Dios a un monte:

 

"Dijo Yahveh a Moisés: «Sube hasta mí, al monte; quédate allí, y te daré las tablas de piedra –la ley y los mandamientos– que tengo escritos para su instrucción." (Éxodo 24, 12)

 

Mientras Moisés recibía de Dios las tablas de la Ley, parece que el pueblo se llegó a sentir abandonado. El hecho es que construyó, para su adoración, un becerro de oro. Para evitarle al pueblo este sentimiento de abandono en la Misa de espaldas y en latín, como ya hemos dicho, el sacerdote se volvía al pueblo en las ocasiones previstas con el saludo "Dominus vobiscum" ("El Señor esté con vosotros"), al que sólo los ayudantes (acólitos, monaguillos o sacristán) sabían contestar: "Et cum spiritu tuo" ("Y con tu espíritu").

En un monte (en el Calvario) se realizó la parte más significativa del sacrificio que se rememora en la Misa: el de Cristo en la Cruz, del que el de Isaac fue el aviso histórico más representativo.

El sentido de monte apartado nos parece propio del altar tradicional. La Misa, tras ser encomendada a Dios ("In nómine Patri, et Filii et Spiritus Sancti") se empezaba con la expresión "Introibo ad altares Dei" ("Entraré (subiré) al altar de Dios"), estando el sacerdote al pie de la plataforma del altar, antes de subir a ella, donde, después de todas las oraciones preparatorias, se celebraba el resto de la Misa.

Estas oraciones preparatorias consistían en el Salmo 43 (42), que contiene, en su versículo 4, la expresión de entrada, que, establecida, además, antes y después del salmo, se repetía tres veces: "Introibo ad altares Dei. Ad Deum qui laetificat juventutem meam" ("Entraré (subiré) al altar de Dios. Hasta Dios, que alegra mi juventud" -o "el Dios que es la alegría de mi vida"-) puesta en las bocas de sacerdote y ayudantes. Este salmo también contiene la idea de que encontramos a Dios en el monte o de que el monte es metáfora del Cielo:

 

"Envíame tu luz y tu verdad. Ellas me guíen y me conduzcan a tu monte santo, a tus Moradas. Y llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría. Y exultaré. Te alabaré con la cítara, oh Dios, Dios mío" (Salmo 43 (42), 3-4).

 

Como conclusión del salmo se afirma en latín: "Nuestro socorro está en el Señor, que hizo el cielo y la tierra". Tras ello sacerdote y ayudantes rezan por separado el "Yo pecador me confieso a Dios", siendo respondidos sendas veces con la misma expresión que en la Misa actual: "Dios todopoderoso tenga misericordia de ti / vosotros, perdone tus / vuestros pecados y te / os lleve a la vida eterna. Amén".

Al final el sacerdote pedía para todos como una absolución previa a la Misa en el Altar: "El Señor todopoderoso y misericordioso nos conceda la absolución y el perdón de nuestros pecados". Tras otras cuatro oraciones, tanto del celebrante como de los ayudantes, el sacerdote subía a la plataforma del altar, mientras rezaba ("Borra, oh Señor, nuestras iniquidades, para que merezcamos entrar con pureza de corazón al Santo de los Santos, por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea"), y besaba la piedra central de éste, en que se contenía/contiene alguna reliquia de un santo mártir, con otra oración ("Te rogamos, Señor, que por los méritos de tus santos, cuyas reliquias están aquí, y por los de todos los santos, te dignes perdonarme todos mis pecados. Amén").

Dentro de esta plataforma más alta, en que seguía la Misa desde la oración llamada Introito hasta su final, indicándose los pasos a través de movimientos en aquélla (en el centro y a uno y a otro lado de la mesa de altar):

 

Introito. Desde el Misal situado en atril a la izquierda del altar, a la derecha del pueblo.

Kiries (petición de perdón) y Gloria. En el centro del altar.

Oración llamada colecta y lectura de la Epístola: Desde el Misal situado en el mismo lugar anterior, llamado, por ello, lado de la Epístola.

• Lectura del Evangelio: Desde el Misal situado en atril a la derecha del altar.

Credo, Ofertorio, Consagración y Comunión: En el centro del altar.

Oración de Postcomunión: Desde el lado de la Epístola.

• Lectura del último Evangelio (Del inicio del Evangelio escrito por San Juan): En el lado del Evangelio. Para éste no se cambiaba de lugar al misal, ya que se hacía desde la sacra correspondiente.

 

Elemento que se usa para requerir la mayor atención y reverencia es el toque de la campanilla, que significa la presencia de Jesús bajo las especies de pan y/o de vino. Se tocaba la campanilla, como también se sigue haciendo en la actualidad, durante las elevaciones de la Hostia y del Cáliz. También durante el traslado del Santísimo desde el Sagrario o cuando era llevado por cualquier otro lugar, acompañándosele también con una vela encendida situada en una palmatoria.

Otro elemento que daba realce al saludo de paz era el portapaz. Era como una capillita metálica que se le llevaba a besar a las autoridades en las misas solemnes.

La liturgia tradicional no consideraba la posibilidad de misas concelebradas, como se hacen en la actualidad, con un celebrante principal, que preside, y otros sacerdotes que se sitúan a su alrededor. Pero las misas solemnes se hacían con diácono y subdiácono. Normalmente hacían estas funciones otros dos sacerdotes. Ayudaban al celebrante y le daban solemnidad. El diácono cantaba o leía, como también en la actualidad, el Evangelio.

Como en las misas solemnes se cantaban los Kiries, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Agnus Dei, durante los de más duración, concretamente durante el Gloria y el Credo, los sacerdotes se sentaban, pero lo solían hacer en asientos situados en un lateral. En la actualidad los asientos suelen ocupar un lugar central: delante del altar de la liturgia tradicional o en sitio equivalente. También se sentaban los ayudantes y los fieles en sus lugares.

 

 
 
Catedral de León. Paso del presbiterio al coro.

 

Las sacras de la Misa tradicional

Hemos mencionado una de las sacras, la que tenía escrito el comienzo del Evangelio según San Juan, relativo a la divinidad de Jesucristo, que se leía al final de todas las Misas.

Las sacras eran unos cuadros normalmente metálicos que, protegida por un cristal, contenía una hoja de papel o de otro soporte de escritura, en la que figuraba oraciones o textos litúrgicos que había de leer el sacerdote durante la Misa. Sobre la mesa de altar se situaban tres sacras. Las dos laterales contenían textos a leer en momentos en que el misal se encontraba situado en el lado contrario:

 

• En el lado de la Epístola: La oración para el lavado de manos previo a tocar el pan (la "forma") a consagrar.

• En el lado del Evangelio: El último Evangelio a leer.

 

En el centro del altar se situaba una sacra mayor que habría de contener fundamentalmente las palabras de la consagración para una lectura atenta por el sacerdote, ya que en ellas era imprescindible -como también en la actualidad- evitar el error. Contenía también otras oraciones que se hacían en el centro del altar, aunque igualmente figuraran en el misal. Esta sacra permitía que las oraciones que contenía se hicieran con la mirada dirigida al frente, ya que el misal estaba situado al lado del Evangelio, aunque, durante el Ofertorio, el Canon y la Comunión, cerca del centro del altar, de la misma manera que en la Misa actual.

En la fotografía del altar mayor de Chucena de hace un siglo podemos observar las sacras. Hoy, ya quitadas del altar, podemos contemplar el bajorrelieve del Sagrario que tapaba la sacra central.

 

 
 
Catedral de Málaga. Detalle del presbiterio.

 

El revestimiento de la mesa de altar. Diferencias en la necesidad de espacio en el presbiterio. Diferencias pastorales

El frontal de la mesa de altar ha ocupado un lugar destacado en la historia de la pintura, aunque en muchos no podamos encontrar revestimiento pictórico relevante. Pero con frecuencia la decoración que tuviera se ha tapado con otra textil que ha parecido más solemne. Parece que, de la misma manera que se ha llegado a vestir las imágenes, también se ha sentido la necesidad de vestir el altar. Tenemos que diferenciar entre el revestimiento litúrgico obligatorio con manteles, para dignificar la celebración de la Misa, y el revestimiento de los frontales, que pertenece a las costumbres.

La mesa del altar mayor de Chucena adosada al retablo está revestida de azulejos que, probablemente, sean del siglo XVIII, como el templo, con destacado valor artístico. Sin embargo, en la fotografía que presentamos aquí, de principios del XX, se nos ocultan tras un frontal textil, que también habría de tener su valor artístico.

La mesa de altar en la posición que ocupaba para la Misa tridentina exigía al presbiterio menos espacio que para la Misa de la liturgia que ha seguido al Concilio Vaticano II. Sólo necesitaba la superficie de una plataforma algo elevada (por uno o varios escalones) de la misma longitud que la mesa de altar a la que se adosaba en su parte inferior (de mayor longitud si estaba elevada por más de un escalón), con una anchura/profundidad como de metro y medio, suficiente para situarse en ella el celebrante acompañado de diácono y subdiácono, y, delante de ella, otra superficie que podía tener aún de menor anchura/profundidad, en que celebrante y ayudantes se situaban durante las oraciones iniciales de la Misa.

Para la Misa actual la suma de estas dos superficies se ve incrementada por la necesaria para la mesa de altar, en que se diga la Misa de cara al pueblo. Se necesitan también espacios, más adelantados hacia el pueblo, para el ambón y con frecuencia también para la cruz parroquial. Vemos, pues, que, con la Misa de cara al pueblo, los presbiterios han necesitado avanzar su espacio hacia los cruceros de los templos, invadiendo parte de éstos.

Nos interesa resaltar este incremento espacial del presbiterio, pero también el sentido simbólico de rebasar su espacio anterior y acercarse al de los fieles. En relación al espacio, hemos de considerar igualmente que en la liturgia de la Misa tradicional el eje más relevante era el de la anchura del templo en el presbiterio, el longitudinal de la mesa de altar, el que, desde el centro de ésta, situaba a su izquierda (a la derecha de los fieles) el lado de la Epístola, y a su derecha (a la izquierda de los fieles) el lado del Evangelio. En la Misa actual el eje más relevante parece ser el perpendicular al anterior, el de aproximación a los fieles, incrementándose la profundidad del presbiterio Pero, por otra parte, también en el espacio, además de la aproximación a los fieles, se ha resaltado la presidencia de la celebración eucarística, porque se han colocado sitiales para el/los celebrante/s, con frecuencia en la misma plataforma en que se celebraban las Misas tradicionales.

El término ambón viene definido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como: "Púlpito o atril para leer o cantar en las funciones litúrgicas. Solían ser dos, situados a ambos lados del altar mayor, uno para la epístola y otro para el evangelio. En algunas iglesias antiguas estaban situados a los lados del coro". No eran frecuentes en los presbiterios para la Misa tradicional. Para el Novus Ordo Misae, sin embargo, es un elemento litúrgico prácticamente imprescindible. Y no serían dos, sino uno solo. Desde él se hacen todas las lecturas. También puede hacerse desde el ambón la predicación y algunas oraciones.

Aunque en la Misa establecida por Pablo VI ya no existe la distribución tradicional de lado de la Epístola y de lado del Evangelio, se sigue utilizando para las descripciones de los templos: de las calles del retablo mayor, de las capillas laterales... Si describimos, por ejemplo, el retablo mayor de Chucena, en su primer cuerpo y en sus calles primera y quinta tenemos esculturas de San Pedro y de San Pablo. Podemos observar que la jerarquización entre ellos se establece colocando a Pedro en el lado del Evangelio y a Pablo en el de la Epístola.

La liturgia tridentina resaltaba el sentido de sacrificio incruento de la Misa, el sentido de acto con el que se rememora el sacrificio cruento de Cristo en la Cruz. La propia palabra "Misa", más propia de esa liturgia que de la actual, se refiere a la Víctima propiciatoria: "Ite, Missa est" ("Podéis ir en paz porque la Víctima ya ha sido enviada"). En la liturgia actual se resalta el concepto de acción de gracias, que significa Eucaristía, y participa el pueblo. Podemos observar que no sólo se dice: "Anunciamos tu Muerte", sino también "Proclamamos tu Resurrección" y se usa la palabra Eucaristía con mucha mayor frecuencia que antes del Concilio Vaticano II.

Hemos dedicado un extenso apartado a la teatralidad de la Misa tridentina. No lo hacemos tanto para referirnos a la teatralidad de la liturgia de la Eucaristía actual. Esta diferencia se debe sólo a que de la liturgia de la Eucaristía actual todos podemos seguir siendo testigos. Parece innecesario resaltar lo que todos vemos con mayor o menor frecuencia.

 

 
 
Detalle del Presbiterio de la Parroquia de la Estrella
(Chucena-Huelva). Principios del siglo XX.

 

El presbiterio y el retablo mayor de Chucena en el culto tridentino

Con la fotografía en que vemos el presbiterio y el retablo mayor de Chucena como estaban hace un siglo podemos observar más gráficamente lo que hemos dicho, tanto de que la liturgia tridentina necesitaba menos espacio en el primero como de que hacia el retablo podía dirigirse las miradas de los fieles, mientras oían unas misas de cuyas oraciones normalmente casi nada o nada entendían. Sólo podían participar algo mediante la teatralidad que separaba las partes.

Podemos observar también en el retablo que ante los santos y ante los bajorrelieves religiosos se ponían velas. Las velas, que se encenderían -suponemos-, aunque ello conllevara un gravísimo peligro, ayudarían más a la veneración de las imágenes de los santos.

 

 
 
Catedral de Huesca. Presbiterio y altar mayor.

 

¿Por qué la Iglesia ha mantenido el latín en la liturgia hasta el Concilio Vaticano II?

Para la Iglesia Católica ha sido siempre muy importante que se visualice su unidad. Sin duda la lengua latina ha sido un símbolo y, sobre todo, un medio de unidad. Juan XXIII en su Constitución Apostólica Veterum Sapientia, de 22 de febrero del año 1962, nos dice:

 

"La lengua latina es por su naturaleza perfectamente adecuada para promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo: no suscita celos, se muestra imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es bien aceptada por todos. Y no cabe olvidar que la lengua latina tiene una conformación propia, noble y característica: un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y de dignidad que conviene de modo singular a la claridad y a la gravedad".

 

Otro motivo que consideramos que haya podido tener la Iglesia, para mantener la Misa y los rituales de los demás sacramentos en latín, es que se evitaran errores en las traducciones, sobre todo en épocas en que la vigilancia romana podía ser más difícil, por las distancias y la escasez de medios de comunicación. En la actualidad las conferencias episcopales también le ayudan al Sumo Pontífice en el esmero en las traducciones de textos litúrgicos y bíblicos.

Creo que el latín ha preservado la unidad litúrgica y teológica de la Iglesia Católica y que se ha dado paso a las lenguas vernáculas en el momento en que la unidad se ha visto garantizada por otros factores.

 

 
 
Catedral de Lugo. Presbiterio y altar mayor.

 

Posibles mejores traducciones de textos del Credo de la Misa

Por lealtad a las que, modestamente, me parecen mejores traducciones en el Credo y también a la Iglesia, he de presentarlas aquí:

 

• "Per quem omnia facta sunt". Se traduce en la Misa como "por quien todo fue hecho", es decir como si en el texto latino tuviéramos "a quo omnia facta sunt", refiriéndose al Padre, al que se acaba de mencionar en "de la misma naturaleza del Padre", quedando, pues: "de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho". El texto latino no dice "a quo" ("por quien"), sino "per quem" ("por medio de quien"). No se refiriere al Padre, sino al Hijo. La traducción que me parece más correcta sería: "de la misma naturaleza del Padre, que, mediante Él (el Hijo), todo lo hizo" o "de la misma naturaleza del Padre, que con Él todo lo hizo" o, en frase más corta, pero con cierta ambigüedad respecto a sujeto y complemento, "de la misma naturaleza del Padre, con quien todo lo hizo". Para poder utilizar una preposición simple, se ve la necesidad de que sea "con" mejor que "por", porque ésta adquiere el sentido de "para" (de finalidad, no de medio). Entendemos que el Concilio de Nicea expresaba con su símbolo la participación del Hijo (la Palabra divina, la Sabiduría) en la creación, como también nos dice San Juan en el inicio su Evangelio: "In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum. Hoc erat in principio apud Deum. Omnia per ipsum facta sunt: et sine ipso factum est nihil, quod factum est", que, traducido, sería "En el principio ya existía la Palabra (el Verbo), y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio en Dios. Mediante ella fueron hecha todas las cosas, y sin ella nada se ha hecho de cuanto existe".

• "Secundum Scripturas". Se traduce en la Misa como "según las Escrituras", sin constatar que en español "según las Escrituras" puede entenderse como "según se ha escrito después en las Escrituras". En latín ese "secundum" puede significar "siguiendo" más bien que "según". Creo que "secundum Scripturas" debiera traducirse como "conforme a las Escrituras" ("como se había dicho antes de que sucediera"). Lo traduciría, pues, como: "Y, conforme a las Escrituras, resucitó al tercer día".

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com