EL SEÑOR DE LA PIEDRA FRÍA DE SANTA CRUZ DE LA PALMA

Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero


 

Se trata indudablemente de una magnífica pieza, una de las más antiguas venidas de Indias que existen en el Archipiélago Canario. Actualmente se encuentra entronizada en la Iglesia de San Francisco de Asís, iglesia del Ex Real Convento de la Inmaculada Concepción de la capital de La Palma. Esta impresionante y sobrecogedora efigie se ciñe al tipo iconográfico gótico del “Cristo de la Humildad y la Paciencia” (modelo pagano - mitológico), siendo el más antiguo exponente de esta advocación en las Islas.

 

ANTIGUA DEVOCIÓN HOSPITALARIA

Originalmente recibió culto en la ancestral iglesia del Hospital de Dolores de esta ciudad -hoy Teatro “Terpsícore y Melpómene”, popularmente llamado “Teatro Chico”-  institución de beneficencia que ya existía en 1512. Pasó a engrosar el magnífico catálogo de imágenes del convento franciscano en 1830, donde recibió la veneración del pueblo, bajo la popular advocación de “La Piedra Fría”, nombre que gozó de gran devoción en Flandes, zona con la que La Palma mantuvo intensas relaciones comerciales. También se le denominaba en los Países Bajos “Señor de la Piedra”.

El profesor Pérez Morera nos informa de que, “desde el mismo momento de la incorporación a Castilla, la isla de La Palma estuvo autorizada por la corona para comerciar libremente con las posesiones americanas ”. De 1506 data la más antigua prórroga comercial, la primera conocida del famoso tráfico canario-americano.

Santa Cruz de La Palma, como señalaba el luso Fructuoso, que la visitó en el siglo XVI, pasó a ser la principal escala en la ruta hacia las “Yndias de Su Majestad ”. Se convertiría en el tercer puerto en importancia del Imperio de Carlos V, tras Amberes y Sevilla. La Isla, “la más comercial del Archipiélago ”, y más concretamente su ciudad, tendría a partir de 1558 el honor de tener el primer Juzgado de Indias de Canarias. Los contactos comerciales y una serie de elementos favorables abrirían la vía para los intercambios artísticos. Así, el mencionado historiador palmero también nos indica que, “desde temprana fecha” llegan desde América a la capital palmera “tejidos, objetos de orfebrería e imaginería religiosa”.

Aproximadamente, en los siglos XV y  XVI se extendió por Europa, y luego por América, la representación de Cristo esperando el suplicio. Martínez de la Peña nos indica la fórmula fijada para plasmar su iconografía, salvo pequeñas variantes. “Se representa a Cristo sentado sobre una piedra cuadrangular, desnudo, lleno de heridas, la cabeza inclinada, apoyada en una mano y expresión de profunda tristeza”. Los tratadistas suelen coincidir en que ésta es la escena previa a la crucifixión en el Gólgota. Cristo “hombre” pensativo e inocente, Dios “humanizado”  aguarda a que ultimen los preparativos para su cruel ejecución. En su rostro se manifiesta la viva mansedumbre del Todopoderoso.

El Señor en una cárcel, sentado en una piedra, junto a la cruz y acompañado de la Virgen, figura en un misal de Erazus Ciolek, del taller de Cracovia (1513-1518), perteneciente a la Biblioteca Nacional de Varsovia.

Así como en la Península esta devoción tuvo un papel reducido, en Canarias adquirió una popular importancia de primer orden. Fueron muchos los cenobios y ermitas que tuvieron efigies y pinturas de este Cristo “humilde y paciente”. En América fue propagada, según se dice, por la Compañía de Jesús. La figura doliente, de expresión triste y pensativa, reflejaba el espíritu de reflexión que esa Orden quería fomentar en ese Continente. La mística ignaciana dirigía las meditaciones sobre integridad y el valor del Señor en sus últimos instantes de la Pasión. En Canarias, no fueron los jesuitas, sino los numerosos franciscanos, dominicos y agustinos, los que, en el comienzo del siglo XVI, se erigieron en verdaderos propagadores de la devoción que nos ocupa. Su gran aceptación popular fue en el siglo XVII, con las suntuosas celebraciones del Jueves Santo. Ya en el siglo XVII, tal devoción sufre algunas transformaciones y recibe el nombre de “Gran Poder de Dios”. Un caso cercano es la venerada imagen del Cristo en la parroquial de San Andrés, municipio palmero de San Andrés y Sauces. Se trata de una hermosa obra de un taller palmero de principios del siglo XVIII. Pérez Morera nos informa de que consta inventariado por primera vez el 22 de junio de 1718. (Archivo parroquial, Libro de Visitas ).

El origen americano de la conmovedora talla, escultura en madera policromada (cuyas medidas son 116 cms. de altura y 158 cms. de perímetro) y de autor desconocido, aparece en un inventario, el más antiguo que se conserva de los bienes de la Casa Hospital, fechado en 1603. Así es presentado: “item un esse homo de plumas de Indias” . Consta en el Archivo Histórico Municipal de la capital palmera, Libro Primero de la Fundación de la Casa Hospital de Dolores . Durante el siglo XVI y parte del XVII, la producción escultórica mejicana, siempre ceñida a temas pasionarios, es la única que tiene representación en el Archipiélago Canario.

Estaba entronizado en el retablo de dicho establecimiento benéfico, junto con la titular del mismo, Ntra. Sra. de La Piedad o de Los Dolores y con un Cristo tallado de tamaño natural, “un Cristo grande de bulto”. Es el llamado “Cristo de La Salud”, una talla hecha con la médula de la caña del maíz, técnica escultórica conocida con el nombre de “titsingueri”, empleada por los indios tarascos del estado de Michoacán desde los primeros tiempos del virreinato. Es de tamaño natural, con la cabeza y extremidades talladas en madera, y presenta modelado renacentista. En la actualidad se venera, a partir del siglo XIX, en la Parroquia de Los Remedios de Los Llanos de Aridane. Es posible que ambos “Cristos” hayan formado parte del mismo encargo remitido desde América. En el inventario de 1603 también se le nombra: “Primeramente Vn Xpto Grande de bulto questá en el altar mayor de la iglesia del dicho ospital ”.

El Hospital fue llamado antiguamente “de la Misericordia”, en virtud de la bula del Papa León X, dada en Roma el 30 de junio de 1514, “a ruego de los catholicos Reyes D. Fernando y Doña Jhoana ”. Aquí se ejercía, no sólo la caridad con los pobres de La Palma, sino que también con “ los muchos que navegando a las Indias, recalaban en el puerto de nuestra ciudad .” La iglesia del antiguo Hospital de Dolores, hoy “Teatro Chico”,  fue una institución benéfica cuya creación se remonta a los primeros años de la colonización castellana. Así, Pérez Morera, en su trabajo acerca de las esculturas americanas llegadas a la Isla, nos indica que existen datos de 1512. Concretamente en el testamento de Juan Gutiérrez, “sacador de aguas ”, otorgado el 2-VIII-1512 ante Martín de Ibarra, “manda dos mil marevedíes al hospital de la misericordia de esta villa de Santa Cruz”.

Un ejemplo del nivel suntuario y piadoso que  alcanzaron las fundaciones religiosas en el siglo XVI lo encontramos precisamente en este centro benéfico. En el mencionado inventario, aparte de las imágenes referidas, nos habla de un impresionante legado artístico, un templo con gran riqueza en sus retablos, esculturas y pinturas, piezas de plata y telas, cálices, patenas, purificadores, lámparas, un órgano, candeleros, manípulos, túnicas, dalmáticas, etcétera. Es curiosa la mención de una “imagen de la Concepción con su niño Jesus su cuna y ropita...” Más tarde, en otro inventario de 1648, se relaciona “Yten dos padiguelas, del sancto Christo la una y la otra nueba del ecce homo con sus tornillos ”.

 

LA VENERADA IMAGEN

Por su aspecto sereno, tan propio de la sensibilidad indígena, la policromía en forma de chorros de sangre que resbalan por todo el delicado y frágil cuerpo, los sencillos pliegues de su paño de pureza y el poco estudio anatómico del talle nos remiten a la imaginería mexicana de finales del siglo XV o principios del XVI. Esto es, pertenece al primer período de la escultura novohispana, evidente en el carácter goticista de la pieza. Pérez Morera añade que aquella está “dominada aún por las formas arcaizantes y medievalistas, de manera que las figuras aparecen copiadas por los artistas indios de estampas góticas”. El naturalismo del Cristo sufriente es, precisamente, lo que más impacta emocionalmente. Se trata de una técnica propia fruto de la sensibilidad indígena.

La exaltación de la redención del hombre a través de la sangre derramada en la cruz era precisamente el fin del “Sermón del Mandato”, pronunciado en la Parroquia Matriz de El Salvador, momentos antes de que se iniciase la procesión penitencial con el “Cristo de la Piedra Fría”. Como señalaba el que predicó en 1746, en la institución del Sacramento del Altar, Dios, antes de morir en la cruz, por “testamento nuevo nos lega su sangre...”

Tiene la particularidad  de ser una escultura abridera, es decir, de poseer una pequeña cavidad o reconditorio en la parte posterior de la piedra que le sirve de asiento, utilizado probablemente para depositar reliquias o reservar, en casos excepcionales, al Santísimo Sacramento. Este “relicario” se cierra con dos puertecitas y está pintado interiormente de azul. Esta costumbre delata su antigüedad, ya que estuvo muy arraigada desde la Edad Media.

La iconografía del Señor de la Humildad y Paciencia, se extendió desde fechas muy tempranas en América, debido en cierta medida a la difusión que alcanzaron los grabados flamencos y alemanes. Influyeron sobremanera los misioneros jesuitas. Sin embargo, en Canarias sus propagadores fueron los dominicos y los franciscanos.

A principios del siglo XIX, nos recuerda don Jesús Pérez Morera, “un emigrante isleño en Cuba, don Felipe Medina, dispuso en su testamento que su consorte, doña Juana González, remitiese 50 pesos ‘a la devotísima imagen del Gran Poder de Dios (o de la Piedra Fría) que se venera en la casa ospital de nuestra Señora de Dolores'”. En el archivo de la Familia Van de Walle Alvarez se custodia la carta dirigida por el capitán Diego Navarro al Coronel don Gabriel Álvarez, fechada en La Habana el 16 de mayo de 1815 a la que corresponde aquel extracto.

 

 

ICONOGRAFÍA ASOCIADA A LA MELANCOLÍA

Esta advocación, digna representación alegórica de la Melancolía,  aparece vinculada a las instituciones hospitalarias. Según el informe del profesor Martínez de la Peña, la representación de un dios de esta forma, “era el medio más apropiado para ofrecer a los enfermos las virtudes de la resignación y el consuelo ante los ataques inevitables de la enfermedad”. Así, los enfermos y atribulados se encontraban ante esta imagen de fortaleza y resignación ante los padecimientos y enfermedades, incluso en la aceptación de su propia muerte ante la esperanza de la vida eterna. En la impresionante y a la vez, dulce cara del Cristo, el enfermo se veía a sí mismo reflejado. Encontraba así un gran consuelo.

Esta representación de la Pasión, por lo tanto, guarda relación con la medicina, y se ofrecía como un motivo de reflexión sobre los sufrimientos de Jesucristo, para consuelo de enfermos, encarcelados y desdichados de la fortuna, en el sentido de buscar la salvación por la agonía del Señor. En esta visión del “manso cordero llevado al matadero” (Isaías, 53,7), el enfermo encontraba el espejo para sobrellevar los sufrimientos y mortificaciones corporales.

Martínez de la Peña, en su trabajo acerca de la iconografía del “Cristo de la Humildad y la Paciencia”, nos informa de que desde la Edad Media -aunque ya aparecían estatuas funerarias con este aspecto melancólico en el arte griego-, “hay una preferencia por presentar la figuración de la Melancolía mediante un hombre o una mujer, con signos de tristeza en el rostro, la cabeza apoyada enana mano y sentado en el suelo o una piedra”.

 

LA PIEDRA FRÍA Y LA ALQUIMIA

El arte clásico representó al mitológico dios Saturno, el Cronos griego, identificado con el temperamento apesadumbrado y nostálgico, como si fuera un anciano pensativo y melancólico que apoya su cabeza en su mano. Así, de esta forma, la iconografía del “Señor de la Humildad y Paciencia” no es otra que la cristianización del tema de Saturno, de la alquimia y el hermetismo.

Para los alquimistas, el proceso de transformación que sufren los metales era un símbolo de la Pasión de Cristo. La presencia de la roca haría alusión a la “Piedra Filosofal”, esto es, a la “Piedra Fría” del pensamiento hermético. Se le quiere añadir una correspondencia mística; se trata de asociar la Pasión de Cristo a las experiencias físicas, a las “torturas” de los metales antes de su transmutación. “Así como todas las almas llenas de todas las impurezas de la naturaleza humana deben convertirse, también los metales viles deben purificarse por el sufrimiento para su transformación”.

Martínez de la Peña profundiza acerca de esa cuestión. En diversas alegorías de la Melancolía es frecuente encontrar una piedra que suele servir de asiento a la figura principal o colocada muy próxima. Esa también llamada “Piedra de Saturno” es nombrada por Isaac el Holandés en su Obra Vegetal , donde dice que “la piedra de los filósofos debe hacerse por medio de Saturno, y que es la piedra que aquellos no quieren nombrar, cuya denominación ha sido secreta”. Aquel investigador también cita a Teofrasto Paracelso, en su obra Canon Quinto de Saturno. Allí el autor pone en boca de esta divinidad itálica y romana- identificada con el Crono griego, signo de artistas y asociado a la melancolía- cuando explica su naturaleza, que “la piedra que en mí está fría, es mi agua, por medio de la cual puede coagularse el espíritu de los metales y la esencia del séptimo, del sol y de la luna”. También lo recoge Fulcanelli en su obra.

 

LA PROCESIÓN

Una certificación de la Alcaldía de la capital palmera del 19 de abril de 1922 daba fe que, don José Acosta Guión (1881-1967), prototipo del masón palmero- de nombre simbólico Teógenes- “en cierta ocasión, gestionó y obtuvo el establecimiento, en esta Ciudad, de la piadosa costumbre, que aún continúa, de celebrarse la procesión de la sagrada efigie de Jesús Preso, conocida por el Señor de la Piedra Fría, siendo dicho señor quien, entonces, sufragó de su peculio particular los gastos que originó dicha procesión”. (De Paz Sánchez)

La procesión del “Ecce Homo de Las Indias”, al que también he oído denominar “El Gran Señor de La Palma”,  tiene lugar todos los años a las diez de la noche del Jueves Santo, siendo acompañado por todas las cofradías de San Francisco de Asís:  “Las Hermanas de Nuestro Señor de la Piedra Fría” (titular del paso, formada por elegantes damas vestidas con recatados vestidos en riguroso negro con unas magníficas mantillas y peinetas con fabulosos rosarios y cirios encendidos); la de “La Pasión” (cuya primera salida fue el 1 de marzo de 1956, y cuyo hermano mayor fue don Mariano Cabezola Remedios, misma fecha de fundación que la anteriormente citada), la del “Señor de la Caída” (jóvenes cofrades y cargadores agotados porque han desfilado la noche anterior en una de las más largas de la Semana Santa, en la que se incluye el emotivo Encuentro del Cristo con la Verónica en la Cruz del Tercero, etc.); la del “Crucificado y Vera Cruz” (fundada en 1558 con cuarenta y un hermanos, según el libro de la cofradía (1559-1650) y que se custodia en el archivo de la Sociedad La Cosmológica. Estaba compuesta por artesanos, comerciantes y funcionarios públicos), la de “Cargadores de Ntro. Sr. Del Huerto” (dignísimos portadores de todos los pesados tronos de la parroquia) y la de los “Niños y Niñas de Hosanna” (ellas llevan gladiolos blancos).

El Cristo va acompañado por “Nuestra Señora de La Soledad”, impresionante talla que en los últimos años desfila en un fabuloso y rutilante trono de baldaquino de plata, con manto de terciopelo azul y morado con encajes de oro. La venerada imagen- que antiguamente era llamada “La Virgen del Pueblo” por el cariño y la devoción que inspiraba su imagen en toda la población palmera-, desfila al día siguiente acompañando al Calvario, vestida ya de negro riguroso y con otro trono más austero y rodeada por una mandorla dorada. Tallada en 1733 por el prestigioso artista palmero Domingo Carmona, a esta efigie mariana se la considera ya en los Libros de la Misericordia como “la máxima expresión del ‘Stabat Mater' ”. El recordado historiador Fernández García la describía así: “Se logró plasmar el inmenso dolor de una madre. Con sus manos fuertemente contraídas y sus ojos arrasados en lágrimas que miran al cielo implorando consuelo para su Hijo amado”. Esta presencia de la Virgen, vestida de negro, junto al rojo de la sangre que mana de las llagas, podría sugerir, según Martínez de la Peña, “los dos colores simbólicos de la operación alquímica”.

Es una de las procesiones más multitudinarias de la suntuosa, elegante y magnífica Semana Santa de la capital palmera. Hubo una temporada que el Cristo desfilaba solo. Después también lo ha hecho en 1995 y 1996 con la “Virgen de La Luz de la Pasión”,  de la Parroquia de San Francisco, obra del escultor palmero don Pedro Miguel Rodríguez Perdomo (imagen de candelero de tamaño natural de estilo barroco y mezcla de gusto canario y sevillano. Actualmente desfila en el Via Crucis procesional en el sábado anterior a la Semana Santa). En 1988 y de forma excepcional, acompañó al Señor la Dolorosa del siglo XVI perteneciente al extraordinario Calvario flamenco del Amparo del Santuario de Ntra. Sra. de Las Nieves.

Suntuosidad y recogimiento, olor a incienso y cera, tambores con la sordina de luto, silencio sepulcral tan sólo roto por el arrastre de las cadenas de los capuchinos, fusión de arte y sentimiento, orgullo y pesar, nostalgia y devoción, encuentros... todos estos ingredientes son los que hacen de la Semana Santa de la capital de La Palma una época mágica. En la fría noche de este “Cristo que espera la crucifixión” estos profundos sentimientos se agudizan aún más.

Esta procesión salía originariamente de la primigenia ermita del Hospital de Dolores, hoy Teatro Chico,  a la terminación del sermón del Mandato que tenía lugar en la Parroquia Matriz de El Salvador y luego su recorrido procesional consistía en la visita a aquellos templos capitalinos donde se expusiera al Santísimo en los Monumentos. Los gastos se sufragaban con el importe recaudado de las familias que solicitaban el acompañamiento de la cruz de plata que pertenecía a la “Cofradía del Gran Poder de Dios” en los entierros de sus familiares durante todo el año.

Era costumbre muy arraigada solicitar las cruces para las exequias. Así, en el testamento de Francisco Váez, morador en La Breña, otorgado ante el escribano Domingo Pérez el 16 de junio de 1546, consta que “por estar enfermo del cuerpo... quiere ser sepultado en el monasterio del señor San Francisco de la ciudad y en el día de su enterramiento acompañen su cuerpo las cruces y cera de las cofradías de N.S. de Los Dolores y de San Gil...” Una cruz de plata  había sido donada por el capitán don Andrés Maldonado. Le costó en Sevilla 1650 reales, según consta en el Libro I de la Fundación del Hospital. También se pagaban con las limosnas que del pueblo se obtenía los Martes Santos, en cuyas peticiones acompañaba el Alcalde Mayor y los Mayordomos de la Santa Imagen y del Hospital.

Por título expedido en Las Palmas el 5 de febrero de 1765, el Obispo de Canarias, don Francisco Javier Delgado y Venegas, nombró mayordomo y Camarero Perpetuo del Señor de la Piedra Fría al Capitán y Veedor de la Gente de Guerra de La Palma, don Tomás Álvarez de Urbina y Díaz Pimienta (1713-1779) “por el celo y devoción que le tenía”.

La procesión dejó de desfilar durante una larga temporada, hasta que, en 1919 el Capitán don José Acosta Guión sufragó los gastos de la misma. Así, nuevamente salió en procesión por las empedradas calles de la ciudad de forma irregular hasta 1942. La devoción se reinstauró gracias a la iniciativa de varias devotas damas y ya en 1945 gracias al abogado don Antonio Carrillo y Carballo que, movido “por la impresión y piedad que la imagen le había inspirado”, comenzó con los gastos derivados de las procesiones, que ya salieron sin interrupción hasta nuestros días.

El Cristo está ennegrecido por el paso del tiempo y por el humo de los cirios que lo acompañan durante su largo itinerario procesional. La imagen fue sometida a un proceso de limpieza y restauración en 1988, a cargo de las restauradoras del Cabildo Insular de La Palma, doña Isabel Gómez y doña Isabel Santos.

No aparecen las flores naturales sobre su trono, como ocurre en el resto de los pasos de nuestra ciudad, sino que su único adorno lo constituye un cúmulo de velas dentro de bellos fanales tallados que arden constantemente, proporcionando a la imagen una apariencia sobrecogedora.

Actualmente es impensable que, en una misma procesión, se repita la figura de Cristo o de la Virgen en la Semana Santa capitalina: sólo un “Cristo”, sólo una “Virgen”. Sin embargo, no sería descabellada la idea de hacer alguna vez una “Magna Procesión del Santo Entierro” con la participación de todos los pasos. Sería un espectáculo impresionante, digno de cualquier importante celebración o efeméride histórica, por ejemplo.

 

LA REDENCIÓN DE LA SANGRE

La talla del Ecce Homo aparece con la diestra en la mejilla, su espalda surcada por torrentes de sangre y su rostro manifestando una gran mansedumbre y una mirada perdida que estremece al que lo contempla ya que inspira una infinita compasión. Como nos dice Pérez Morera, “el aspecto sereno del Cristo de la Piedra Fría, el impacto emocional que produce su realismo, propio de la sensibilidad indígena, evidente en el chorrear de la sangre; el cuerpo apenas estudiado anatómicamente y el paño de pureza, a base de pliegues simples, parecen remitirnos a la imaginería mexicana del siglo XVI”.

El realismo que emana de la escultura, de tamaño algo menor que el natural, se acentúa con la abundante sangre, un significado simbólico, redentor, como una “fuente de vida y lagar divino ”. Se le presenta desnudo, atado con cuerdas, coronado de espinas y con todas sus heridas y llagas abiertas, como sus pequeños ojos asustados. Su espalda aparece surcada por regueros de sangre, fruto de los latigazos. De sus rodillas mana abundante plasma producido por las caídas durante su subida al Gólgota También gotea sangre de su cabeza que se desliza por sus mejillas y frente, ocasionadas por las heridas producidas por una bien trenzada corona de espinas, etc. La efigie está coronada por tres magníficas potencias de plata. Pérez Morera compara la abundancia de la sangre que mana y desciende libremente por todo el cuerpo con la “redención humana – tributo pagado por Dios para la salvación de los hombres – y con el Sacramento de la Eucaristía, cuya institución se rememora precisamente el Jueves Santo ”.

Antiguamente, esta conmovedora e impresionante talla salía durante la tarde del Jueves Santo en la llamada  procesión “ de la sangre”. Se denominaba así porque los disciplinantes, vestidos con túnicas y capirotes, flagelaban sus cuerpos durante el itinerario, haciendo brotar sangre. También participaban en ella las órdenes religiosas, los clérigos y una multitud de devotos, haciendo los descansos en las diferentes iglesias, intramuros de Santa Cruz, acompañando curiosamente a los dos “Cristos”: el de “La Piedra Fría” y el de “La Salud”. Sabemos de la antigüedad de esta curiosa manifestación de dolor y penitencia a través de, por ejemplo, un codicilo de Baltasar Pérez fechado el 24 de enero de 1547 ante el escribano público Domingo Pérez: “Manda que además de las misas treintenario contenidas en su testamento, se le digan tres misas de San Amador en Ntra. Sra. de Los Dolores. Dice que es cofrade de la cofradía de Ntra. Sra de Los Dolores y de la cofradía de La Sangre”. También un flamenco afincado en la isla dejó ante el mismo escribano el 5 de noviembre de 1551 “dos reales de lymosna para la cera de la cofradía de la Sangre”. En este sentido, sabemos también que, en 1558, Inés Gutiérrez, ama de la casa hospital, dejó en su testamento una almohada labrada de grana “que sirva para el Christo los jueues sanctos”. Posiblemente esta costumbre medieval, tan bestial, desapareció con la disposición de la Real Cédula de Carlos III promulgada en 1777, que determinaba la supresión radical de este tipo de manifestaciones penitenciales.

 

"DEXTERA DOMINI"

Sin lugar a dudas, de todos los motetes de la Semana de la Pasión en la “Villa del Apurón”, el preferido por todos era el interpretado durante esta antiquísima procesión del Jueves Santo.

El “Dextera Domini” se cantaba bajo un silencio sepulcral. Ese día era el elegido para los cánticos sacros como el “Tantunergo”, el “Bone Pastor”, el “Pangelingua”... pero, este motete, extramuros de la iglesia, era fácil de tararear. Fue  obra del insigne y polifacético Beneficiado de El Salvador, don Manuel Díaz . “Dextera Domini fecit virtutem. Dextera Domini exultavit me ...” (“La diestra del Señor hizo la virtud. La diestra del Señor me hizo saltar de gozo...” ).

Don Luis Cobiella Cuevas, primer Diputado del Común de Canarias, en su artículo sobre los motetes de la Semana Santa de esta capital, escribía que “está construido con palmeras terceras”. Este ilustre hijo de Santa Cruz de La Palma, “dotado de especiales facultades para la música”  según palabras de don Jaime Pérez García (cronista oficial de la ciudad), cuenta con una variada producción sacra.

 

 

EL BELLO RETABLO

El antiguo retablo sobredorado con una única urna-hornacina donde está entronizado el “Santo Cristo Americano” es el mismo magnífico altar de estilo churrigueresco donado por don Santiago Matías Rodríguez de León, dando con ello pruebas de su religiosidad y devoción. Obtuvo licencia para fabricarlo en 1756 y acaso sea obra del tallista Marcelo Gómez Rodríguez de Carmona, a quien don Tomás Álvarez de Urbina, como nos informa Pérez Morera, “veedor de la gente de guerra y camarero perpetuo del Señor de la Humildad y la Paciencia desde 1765, había entregado 10 pesos para comprar libros de plata para dicha imagen”.

Entra dentro de la modalidad del barroco tardío español, cuya peculiaridad es su exceso de ornamentación, mezclando elementos propios del barroco con los platerescos y góticos. Como indicó Trujillo, “los estípites son de original y minuciosa decoración y las orlas combinan los acaracolados y temas florales”.

Su retablo gemelo, o más bien, de traza y decoración similar, es el de la “Virgen de la Piedad”, actualmente ubicado en el Hospital de Dolores (segundo colateral del Evangelio). Esta sobrecogedora imagen flamenca mariana desfila procesionalmente al día siguiente de hacerlo el “Señor Preso”, Viernes Santo, a partir de las 1300 PM desde aquel ex cenobio de las clarisas.

Aquel caballero tuvo el privilegio de recibir la licencia del Obispo de Canarias, Fray Valentín de Morán, fechada el 18 de mayo de 1756, concediéndole el Patronato a él y su familia a perpetuidad. Esto conllevaba el derecho a tarima y sepulcro junto al mismo.

 

LA CAPILLA DE MONTSERRAT

Después de varias reformas llevadas a cabo dentro del templo de San Francisco, y de varias ubicaciones del retablo, finalmente podemos contemplarlo en la  Capilla colateral de la Epístola, puesta bajo la advocación de “Ntra. Sra. de Montserrat”, fundada por el mercader catalán don Gabriel de Socarrás y su mujer, doña Águeda Cervellón en 1565. Fue también conocida como de “Nuestra Señora de los Ángeles” o “de los Socarraces”.

Del interior del templo, desde el punto de vista arquitectónico, destaca el arco de ingreso a la actual capilla del “Cristo de la Piedra Fría”, la más antigua del ex cenobio. Pérez Morera nos indica que “a pesar de su decoración a lo romano, la traza del arco, ligeramente apuntado, y la ventana ojival de la pared meridional evidencian la pervivencia el gótico; el arco labrado en piedra, con fina ornamentación de grutescos, no tiene comparación en las Islas”.

El mismo profesor palmero, retomando el estudio de Hernández Perera, nos informa de que “la cubierta cupular casetonada, no tributaria de las lacerías mudéjares, representa la mejor techumbre italianizante del archipiélago”. En su somera descripción de la impresionante capilla, el investigador nos describe que “en el friso se ven escenas de lucha en relieve y sobre la solera figuran bustos de evangelistas y apóstoles, mientras que las pechinas ostentan el escudo de la familia Socarrás. La armadura, dorada y policromada, culmina en el almizate con un medallón circular que muestra en relieve la coronación de la Virgen por la Santísima Trinidad”.


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