UN POSIBLE CRISTO CRUCIFICADO DE ALESSANDRO ALGARDI EN CÁDIZ

Miguel Ángel Castellano Pavón


 

 

En el ámbito del arte, Cádiz se ha diferenciado de las restantes capitales andaluzas por su constante conexión con núcleos artísticos diferentes de los existentes en la Península Ibérica. Sabido es que la capital gaditana tuvo una continua relación con una serie de territorios (Italia, Flandes), situados fuera de nuestro mapa, desde los cuales se importaban las últimas corrientes, tanto en lo que concierne al saber intelectual como a la creación artística, sirviendo siempre de abanderada dentro del marco que describimos.

Las relaciones comerciales mantenidas con Italia a través del Mediterráneo marcaron la pauta en las influencias provenientes de dicho país. Llegados a este punto, hemos de mencionar el fructífero tráfico entre Italia y la zona del Levante, y, consecuentemente, el quehacer del escultor Francisco Salzillo, hijo de padre italiano. Todo ello sirvió también de vehículo para el transporte de tales influencias hasta tierras gaditanas.

No obstante, tanto la entrada del siglo XVIII y el consiguiente cambio de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz en 1717 -lo que supuso un gran auge para la capital gaditana en detrimento de la hispalense-, como las amplias conexiones que Cádiz tenía anteriormente con la zona centroeuropea -baste recordar la subida al trono del emperador Carlos V y sus consecuencias- bastan para reafirmar a la ciudad como enclave al que los influjos foráneos llegaron de forma directa e independiente.

Alessandro Algardi (1598-1654) natural de la ciudad italiana de Bolonia, fue un arquitecto y escultor al que se puede considerar como sucesor directo del maestro Gian Lorenzo Bernini. Su fama en Roma trascendió fronteras, y sus múltiples encargos provinieron de distintos puntos de Europa y América.

Desde su primera obra, el monumento funerario del papa León XI (hacia 1634), pasando por la escultura magistral de San Felipe Neri para el templo romano de Santa Maria in Vallicella, acabada en 1640, hay toda una ascensión meteórica que llegará a su culmen con la llegada al trono papal de Inocencio X, cuyos encargos a Alessandro Algardi no solo motivaron el ascenso del boloñés a la categoría de primer escultor, sino también que los modelos del célebre artista fuesen propagados por todo el orbe católico.

 

 

Si exceptuamos la fuente de Neptuno en Aranjuez -encargo proporcionado por el famoso pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez- y la tumba de los condes de Monterrey -virreyes de Nápoles que supieron rodearse de una pléyade de artistas de primer orden para la construcción del monasterio de la Purísima Concepción (Agustinas Recoletas) de Salamanca, de estilo italianizante cuyo interior sorprende por los retablos de mármol de Cosimo Fanzago y los lienzos de José de Ribera, quien firma en Nápoles en 1635-, es Cádiz la única capital que posee dos obras de Algardi, obras que, si bien no están documentadas, podemos considerar suyas por los rasgos estilísticos y sus semejanzas con piezas documentadas del mismo autor, de cuya mano también encontramos un interesante Cristo Flagelado en la localidad cordobesa de Lucena.

La primera es la soberbia Virgen del Rosario que se conserva en la cripta de la catedral gaditana, obra en mármol que recoge el renacimiento italiano en la monumentalidad de su anatomía y la apoteosis del barroco en el movimiento de sus ropajes. Hay que recordar que Algardi estuvo formado en el clasicismo boloñés de la pintura de los Carraci, siguiendo modelos clásicos, pero no estuvo exento de la influencia barroca. Sus grafismos se advierten en la contemplación frontal de la escultura y en la caída de su vestido, especialmente en uno de sus pliegues al ensancharse. Pérez del Campo, en "Las Catedrales de Cádiz", es contundente: "adosado a la gran rotonda podemos visualizar sobre un altar de mármol genovés, proveniente de Santa Cruz, una imagen colosal de la Virgen del Rosario, en mármol, obra del italiano Alessandro Algardi, donación del duque de Medinaceli".

 

 

La segunda se trata de un Cristo crucificado expirante, realizado en plomo, que recibe culto en la Iglesia Conventual del Carmen y Santa Teresa de Cádiz. Hablamos de una obra que estuvo en el coro del cenobio y, tras su restauración por el escultor e imaginero gaditano Luis Enrique González Rey, se encuentra actualmente en el lado izquierdo, llamado de la Epístola, del presbiterio del templo.

Hablamos de un modelo cristífero típico de Algardi, conectado con el que se encuentra documentado en la Heim Gallery de Londres -cuya foto nos proporciona nuestro amigo Francisco Ramírez León-, con el existente en el Instituto de Arte de Chicago y con el Santísimo Cristo de las Misericordias de Chipiona (Cádiz), protectorado de los mencionados duques de Medinaceli.

Los modelos en plomo han sido comunes desde la antigüedad. En pleno barroco, tenemos en la rama del arte sacro, el caso del famoso Niño Jesús realizado por el jiennense Juan Martínez Montañés, figura clave de la escuela sevillana, quien, al excederse en el número de los reproducidos, tuvo algún que otro problema con la justicia, tal y como menciona el historiador José Hernández Díaz: "El impacto producido fue grande y no estando al alcance de todos el obtener réplicas o copias más o menos libres del original, se hicieron vaciados en plomo". En Cádiz tenemos constancia de uno de ellos, proveniente del Oratorio de San Felipe Neri, restaurado por Rosa María Casas Pacheco, y hoy en el colegio del mismo nombre de la congregación marianista.

Continuando con el Cristo vivo del Convento del Carmen, su conexión con los mencionados modelos de Algardi no ofrece dudas respecto a su paternidad artística. Falta averiguar el año en que dicha imagen se incorpora al patrimonio gaditano y si la misma fue fruto de alguna donación o bien proviene del trasiego de obras sufrido dentro de la misma orden religiosa. Su anatomía, donde se advierte la articulación costocondral en forma de "uve", su disposición de pies y manos, su cuerpo contorsionado, y sobre todo su perizoma, paño de pureza al vuelo, amén de su ráfaga, tan propia de otros crucificados italianos, avalan la autoría de Algardi.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

ALONSO DE LA SIERRA FERNANDEZ, Lorenzo. Guía artística de Cádiz y su provincia, Diputación de Cádiz- Fundación José Manuel Lara, Cádiz, 2005, pp. 137-140.

BOUCHER, Bruce. La escultura barroca en Italia, Editorial Destino, 1999, pp. 28-55.

COLOMER, José Luis; BOCCARDO, Piero y DI FABIO, Claro. España y Génova. Obras, artistas y coleccionistas, Madrid, 2004.

HERNANDEZ DIAZ, José. Martínez Montañés, Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1987, pp. 118-124.

PEREZ DEL CAMPO, Lorenzo. Las Catedrales de Cádiz, Editorial Everest, León 1988, pp. 52-53.

 

 
     
     
     
 

 

Fotografías de Francisco Manuel Ramírez León (Cádiz) y Carlos García Jarana (Chipiona)

 

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