PIETAS POPULI. PERVIVENCIAS

Fotografías de Elena González Pérez


 

 

La reunión de las Cortes Generales que elaboraron la Constitución de Cádiz en 1812 fue un punto de inflexión que marca un antes y un después, un mundo que balbucea y comienza a manifestarse, ante un mundo forjado durante siglos y que presenta evidentes síntomas de agotamiento. El Antiguo Régimen se resiste a desaparecer, pero su fin es inevitable y con él perecerán, además de esquemas políticos, sociales y económicos, muchas tradiciones y formas culturales. Otras en cambio, como las cofradías, supieron resistir y adaptarse gracias a su profundo arraigo. Sin lugar a dudas las cofradías son parte fundamental de la identidad gaditana, forjadas durante siglos por sus habitantes como fiel reflejo de sus devociones y de su forma de entender las relaciones sociales y laborales, dejando profundas huellas en el patrimonio cultural de la ciudad. A pesar del dramático cerco napoleónico y de las tristes circunstancias vividas durante los años anteriores, Cádiz, implicada plenamente en el acontecimiento, siente todavía en 1812 latir los ecos del radiante desarrollo social y económico vivido durante los siglos XVII y XVIII. En ese proceso las corporaciones religiosas, muchas veces ligadas a gremios, grupos nacionales o étnicos, alcanzaron un gran desarrollo y acogieron en su seno a una parte muy destacada de la población. La conmemoración de los 200 años de la Constitución también es por tanto ocasión para revisar el papel desempeñado por estas seculares corporaciones antes y después de las Cortes y, a través de una muestra de las diferentes manifestaciones materiales que generaron, poner en valor su importante contribución a la configuración del patrimonio cultural gaditano.

La Edad Moderna consagró una sociedad compartimentada y estancada, cuya reconversión en un modelo dinámico e igualitario fue uno de los objetivos fundamentales de las Cortes de Cádiz. El sistema estamental, heredado de esquemas medievales, establecía diferencias y privilegios que irradiaban en todos los aspectos de la vida cotidiana. Las cofradías también reflejan esta estructura social y así encontramos corporaciones en las que los nobles son predominantes, otras creadas por y para los eclesiásticos y aquellas en las que destacaba el tercer estado, si bien es cierto que en la mayoría esta circunstancia era sólo una tendencia y nunca una premisa insalvable, pues solían admitir a miembros de todos los sectores sociales. Otro tanto ocurre con los naturales, en una ciudad abierta al mundo y formada por gentes de muy diversa procedencia, es lógica la proliferación de cofradías en la que los grupos sociales se reúnen según su lugar de origen. Las Cortes también pusieron fin a la vida gremial en favor de la libertad de producción y mercado. A lo largo de los siglos XVII y XVIII se fundan en la ciudad corporaciones que agrupan a diversos sectores laborales, como cocheros, panaderos o carpinteros, cuyos miembros tienen en sus cofradías un elemento de significación social, a la vez que una garantía de entierro y, en ocasiones, un servicio de asistencia a través de montes de piedad y otros socorros. El nuevo esquema laboral promovido por la Constitución dejará estos servicios en manos del estado o entidades privadas, pero muchas de estas cofradías sobrevivirán a los cambios, dedicadas solo al culto de sus titulares.

Las devociones que por distintos motivos arraigaron con fuerza en la ciudad suelen estar vinculadas a las cofradías, que bien son sus difusoras y potenciadoras o bien se crean y florecen en torno a ellas. Desde su incorporación a la corona de Castilla en la Baja Edad Media, la piedad de los gaditanos ha ido forjando una potente estructura cultural en torno a las imágenes que gozaron y gozan de sus afectos. La encrucijada social y política que se plasma en las Cortes no supuso la desaparición de tales afectos, que en muchas ocasiones han llegado vigorosos hasta nosotros, si bien en otros casos se han ido apagando. En un entorno católico por excelencia, los diputados doceañistas participaron, bajo el bombardeo francés, en una de las celebraciones más queridas en la ciudad, la procesión del Corpus Christi, culmen del arraigado culto sacramental. La conmemoración de la Pasión de Cristo hizo aparecer corporaciones penitenciales que encuentran en Jesús Nazareno un referente indiscutible que aglutina a toda la ciudad desde que se fundó su cofradía a finales del siglo XVI. El culto mariano también alcanza gran vitalidad y son las advocaciones relacionadas con el mar, las Vírgenes del Rosario y del Carmen las más destacadas protagonistas. De gran importancia en este sentido fueron los rosarios públicos que a finales del siglo XVII funda el capuchino Fray Pablo de Cádiz. Otro tanto ocurre con las devociones de los santos, protectores, patronos de profesiones o lugares, taumaturgos, etcétera. En torno a ellos surgieron corporaciones que cuidaron su culto y fomentaron su devoción popular.

El culto interno y externo de las cofradías trajo consigo unas necesidades materiales que se traducen en la creación de numerosas empresas artísticas. Los propios recintos arquitectónicos, retablos, imágenes, pasos y ajuar litúrgico, así como los usos y costumbres generados en torno a este culto son ejemplos de tal hecho, y en nuestros días son también parte indispensable del patrimonio cultural. El asalto anglo-holandés de 1596 supone un trauma definitivo en los aspectos materiales, pues la destrucción provocada por los invasores no dejó casi ningún testimonio de lo que hasta entonces se había generado. Serán los siglos XVII y XVIII, los que proporcionen una avalancha creadora en la que el barroco en sus diferentes fases es pleno protagonista. Pero el influjo ilustrado de finales del siglo XVIII, ese mismo influjo que inspiró a los padres de la Constitución de 1812, trajo consigo un afán importante por adaptar las creaciones artísticas al nuevo gusto clasicista. Las cofradías fueron pioneras en este proceso y algunas, como Humildad y Paciencia o Ecce Homo, pronto renovaron sus retablos, creando piezas fundamentales para comprender la evolución de la arquitectura gaditana del momento. El proceso no se cerró con la crisis del Antiguo Régimen, siendo la mejor muestra de ello la extraordinaria urna que para el paso del Santo Entierro creó la Cofradía de la Soledad durante el período isabelino. 

 

 
     
     
     
     
     
     
     
     
 
     
     
     
     
     
     
 
     
     
     
     
     
     
     
     
 
     
     
     
     
     
     
 
     
     
     
     
     
     
     
     
 

 

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Primera muestra individual del escultor gaditano Mario César de las Cuevas del 10 de mayo al 1 de junio de 2012 en la Galería Ortega Bru de San Roque (Cádiz). Horario: de lunes a viernes, de 11:00 a 14:00 y de 19:00 a 21:00 horas; sábados y domingo, cerrado.

 

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